lunes, 25 de abril de 2011

Paradox

Si te odian por ser distinto, no los odies de vuelta, porque eso te hará igual a ellos.
Y si eres igual a ellos, ya no eres distinto, por lo que ya no te odiarán, y entonces tu no los odiarás de vuelta.

¿Entonces para evitar el odio tenemos que ser todos iguales?
Aun estoy algo confuso en ese nivel. Uno no sabe.

Mejor evitemos las paradojas: si viajas al pasado no hables con nadie, no toques nada, no hagas nada, no interatúes con nadie y trata de no mirar nada.

viernes, 22 de abril de 2011

Un universo de cristal

Cuenta la historia que Dios estaba aburrido. Creaba el universo con sus mundos dejándoles libertad a los diversos seres, pero estas creaciones terminaban siempre en destrucción y muerte.
Dios se miró al espejo, y se dijo: "¿estaré yo haciendo algo mal?"

Tras intentarlo varias veces más, sin lograr un resultado distinto, decidió que debía cambiar de estrategia. Después de todo, nadie le enseñó a Dios a ser Dios.

Entonces Dios se acordó de haber visto películas interesantes, generadas en estos mundos destruidos, donde su propio personaje (interpretado por Morgan Freeman u otro de similar presencia y apariencia respetable) concedía a algún mortal la posibilidad de ser Dios.

Él penso que esta era una buena idea, y lamentó que se hubieran extinguido los guionistas. Pero la idea de poder crearlos denuevo lo alegró.
Entonces creó denuevo el universo, adelantó la parte del big bang ya que se lo sabía de memoria de tanto verlo en Discovery Channel, y llegó más o menos a nuestro tiempo.

Una vez ahí, miró a los humanos desde el cielo, con la ansiedad propia de un niño. Se tapó los ojos con una mano, y apunto a una persona al azar. Cuando los abrió, la persona que estaba delante de su dedo estaba chamuscada, humeando y tirada en el piso. Dios pensó "nota mental: desactivar los rayos antes de apuntar". Revivió al pobre individuo, y siguió buscando.

Se asomó por otro lado del planeta, y haciendo la misma mímica, apunto a alguien al azar, y abrió los ojos.
Frente a el estaba un hombre delgado, de cabello corto y oscuro cargando un maletín, vestido elegantemente y caminando en dirección a su oficina, ubicada en el piso 90 de un alto edificio céntrico. Dios lo miró complacido, parpadeó, e inmediatamente copió en él todos sus poderes.

El hombre no sabía de esto, ni notó diferencia alguna al principio. Comenzó a percatarse de pequeñas cosas, como que los objetos que necesitaba se acercaban a su mano antes de estirar el brazo, como por arte de magia, o como si tuviera telekinesis.
Poco a poco empezó a notar que podia hacer realidad lo que deseara. Desde pequeñas cosas como hacer aparecer comida, o levitar, hasta alterar su entorno y el universo, así como controlar el tiempo y el espacio.

Primero empezo a mejorar su trabajo, el cual consistía en generar informes sobre proyectos de ingeniería en construcción. Por arte de magia creó los mas completos y precisos informes en el tiempo que le tomó parpadear. Comenzó a ascender en la empresa. Pronto comenzó a jugar sucio. Ya no sólo le bastó con mejorar su trabajo, si no que empezó a empeorar los informes de sus compañeros con solo desearlo, y sólo para lucir aún mejor. Al ver que sus compañeros se esforzaban el doble para terminar sus informes rápidamente y hacerlos al nivel que tenían los de él, el hombre comenzó a hacer que tuvieran pequeños percances personales, como derramarse comida en la ropa, o caerse en charcos con agua, para hacerlos llegar tarde. Finalmente hizo que se enfermaran algunos, lo que en suma hizo que a la larga muchos fueran despedidos.

Un día al levantarse, el hombre se miró al espejo, y largó una carjada. ¡Qué tonto había sido! Bastaba con desear estar a la cabeza de la empresa, y así sería; no era necesario competir.

A los pocos días (lo cual es relativo por la propia naturaleza de sus facultades) el hombre se ubicaba en el piso 181 del mismo edificio, el cual ahora estaba enteramente recubierto de oro, y se reclinaba en un asiento mientras dos bellas damas le arrojaban viento con unas grandes hojas de palmera. Una de ellas era una ex novia con la cual habia terminado hace años, y ahora la había forzado a re-enamorarse perdidamente de él.
El piso estaba lleno de billetes, y el hombre hacía aparecer una tras otra, hamburguesas, papas fritas y trozos de carne asada, que su ex-novia le echaba en la boca con dedicación y una tierna sonrisa. Él se reía, parecía feliz. Con sólo pensarlo hizo quebrar a sus competidores, se puso a si mismo en la portada de muchas revistas, y se entregó muchos premios. La gente lo saludaba en la calle, y tenía todo lo que siempre quiso. Pero comenzaba a aburrirse.

Comenzó a crear cosas extrañas. Su oficina tenía una pieza llena de televisores que cubrían cada centímetro de muro (como la pieza del Arquitecto de Matrix), cada uno con un canal distinto, donde se sentaba en una silla giratoria a mirar televisión casi las 38 horas del día. Se daba duchas en las cuales en vez de caer agua salía gaseosa y café, y creó muebles hechos de carne a los cuales cada cierto tiempo daba un mordisco.
Despues de un tiempo entró en una etapa en que sólo dormía. Se levantaba sólo para comer y cambiar de cama (de hecho no iba al baño porque había eliminado de su cuerpo la inútil necesidad de orinar). Probó de todo, camas de 1 plaza, 2 plazas, 40 plazas, 4 colchones uno arriba del otro, camas de plumas, esponja, gel, aire, colchones de agua y camas de faquir. Sin embargo cada vez dormía peor.

La historia del hombre termina cuando finalmente, producto del agotamiento y el aburrimiento, pasa por su mente la idea de que desearía desaparecer de la existencia; hubo una pequeña explosión brillante de destellos que envolvieron al hombre. Este fulgor poco a poco empezó a envolver el piso, los muebles, los muros, el edificio entero, la ciudad, el mar, el planeta y finalmente todo el universo. Cuando el brillo se disipó, el hombre volvió a aparecer elegantemente vestido caminando a su oficina en el piso 90.

Dios, que miraba todo esto desde el cielo, estaba perplejo. "Fascinante" pensó.
Finalmente había obtenido un resultado diferente, que era mucho más interesante que esperar que los hombres se destruyeran entre sí.
Apenas podía aguantarse para probar con otra persona y ver qué pasaría.