martes, 19 de enero de 2010

Knights of the Birds

Recuerdo la llegada a ese pueblo como si hubiera sido ayer. Después de dedicarme a la pesca durante toda una vida, lo cual apenas me alcanzaba para vivir, decidí buscar nuevos horizontes, viajando a un lejano pueblo minero. Un amigo vivía allí, y me convenció de ir, hablándome de las aventuras y riquezas que se encontraban en esas tierras fantásticas.

El sol parecía estar en el centro del cielo cuando llegué. Al comienzo me pareció un pueblo desolado. Algunos pocos animales, como cerdos y gallinas, paseaban libres por sus calles. Antiguas construcciones de bloques de concreto y techos de paja se levantaban junto al estrecho camino, rodeadas por un bosque verde y profundo. Éstas albergaban a diversos comerciantes que ofrecían sus productos al aire que los rodeaba, ante una soledad inquietante en todo el pueblo a la vista. Mi amigo me había dicho que el alma del pueblo eran las minas, donde se congregaban todos los habitantes para conversar, intercambiar productos y por supuesto, extraer minerales para vender, o forjar los más diversos tipos de armas y armaduras.

Claro, y es que armarse era necesario. Aparte de las maravillas que me había contado, mi amigo también me advirtió que el pueblo tenía sus peligros. Extrañas criaturas merodeaban los bosques y, a veces, incluso atacaban al pueblo y a sus habitantes. Eran seres distintos a nosotros, según me los describió; criaturas de piel arrugada y verde, calvas y con sobresalientes colmillos. Vestían harapos, que asemejaban vagamente ser armaduras de combate, e iban armados por lo general con un grueso mazo con el que atacaban a todo el que les pareciera extraño. Algunos decían haber visto algunas incluso practicar formas básicas pero igualmente aterradoras de magia para dañar a los aldeanos.

"Pero no hay que temer"- escribía mi amigo - "puesto que el pueblo cuenta con nobles guardias, dispuestos a morir por defender a los honrados habitantes de estas tierras, y que aparecerán con la velocidad de un rayo ante cualquier llamado o atisbo de problemas". Estos mismos guardias, de hecho, pasaban junto a mí en sus impresionantes corceles de pelaje blanco grisáceo, patrullando el camino costero a medida que me acercaba a la mina, que a juzgar por la cercanía del monte, no quedaba mucho más lejos.

Delante mío encontré un puente, el cual cruzaba por sobre un pequeño río, que inmediatamente después se unía con otro afluente. Justo en la costa, se encontraba el campamento gitano, entre ríos y montañas. Pequeñas carpas albergaban a los comerciantes y mineros, que alegremente trabajaban y charlaban, como si ninguna preocupación cruzara por sus mentes, como si aquella apacible tarde fuera a durar para siempre.

Una forja era el punto central del campamento, donde un hombre de barba y brazos musculosos agitaba incesantemente un enorme martillo, golpeando un mineral de color naranjo, caliente como la lava, y poco a poco transformándolo en lingotes, que al enfriarse se tornaban de un color rojo carmesí.
Varios hombres de similares características, todos con sus ropas completamente sucias por el roce con la roca y el mineral, esperaban su turno para usar la forja, mientras otros se dirigían a una gran y oscura abertura en la base del monte. Me dirigí allí para buscar a mi amigo.

Allí lo encontré, en la noche de la mina, alumbrado por una pequeña lámpara de aceite, golpeando sin descanso la roca, y guardando pequeñas piedrecillas en su bolso. Me saludó, mostrándome la recolección de su día de trabajo. A decir verdad, no parecía ser mucho mineral.
Me explicó que recientemente había llegado una ola de extranjeros, tales como nosotros, buscando riqueza y aventura. Los aldeanos, me contaba, eran generosos ayudando y guiando a los novatos, pero la tierra no aguantaba tal demanda, y los minerales comenzaban a escasear.

Salimos de la mina, para que él pudiera también moldear el mineral que había extraído. Me contó que aún no tenía ni el mineral ni la habilidad suficiente para forjarse un arma, así que había buscado otras formas para defenderse mientras tanto. Me estaba comentando rumores que hablaban sobre una villa abandonada al norte, con minas vírgenes y de tamaño mucho mayor a las de este poblado, cuando de pronto, escuchamos gritos.
-¡Orco! ¡Orco se acerca!
Una de las criaturas de las cuales me había hablado, corría hacia nosotros, a pocos metros de distancia. Con una expresión de rabia y con un mazo en la mano, perseguía a los asustados mineros, que corrían hacia las carpas llamando a los guardias.

Como salido de la nada, uno de los guardias apareció, y se paró delante de nosotros. El orco se detuvo en seco al ver a esta figura, vestida en armadura de hierro, que sostenía una lanza y una antorcha encendida, y que lo observaba con calma pero a la vez, desafiante.
-¡Vuelve al bosque bestia asquerosa! - comenzaron a gritar los aldeanos.
-¡Mátenlo!
-Pero, ¿por qué el guardia no se deshace de esa monstruosidad? - pregunto una mujer asustada.
-El rey nos ha ordenado - dijo el guardia - mantener nuestra guardia siempre cerca del campamento. No tengo autorización para salir de este lugar, ni para atacar a esta criatura a menos que traspase las fronteras de nuestro pueblo. Pero no los detendré si alguno de ustedes desea, y tiene el valor para hacerlo.
Los aldeanos y mineros se miraron unos con otros, algo nerviosos. Ninguno parecía tener experiencia en combate, y mucho menos, deseos de morir.
-Yo tengo un hacha. - dijo un hombre, que se encontraba vendiendo leña - Puede usarla aquel que se atreva a matar a la bestia.
-Yo lo haré - dijo el hombre que unos instantes atrás fabricaba lingotes.

Tomó el hacha de manos del leñador, y se acercó temerosamente al orco, el cual tenía la mirada fija en los aldeanos a los cuales había perseguido, sin prestar atención al hombre que se le acercaba por el lado. Cualquiera habría pensado que no lo había visto. El hombre llego a un par de metros de la criatura, levantó el hacha para disponerse a atacar, y sin darse cuenta, y con una rapidez excepcional, el orco lo golpeó en los brazos con el mazo, lanzándolo hacia atrás, y despidiendo el hacha por los aires.

El hombre quedó sentado, tomándose la cabeza con una mano. Hizo unos movimientos extraños, una especie de amago de levantarse, pero parecía aturdido. El orco se acercó a él lentamente, ante la impactada mirada de todos los aldeanos, y el llanto y gritos de las mujeres y los niños. Hubo un sonido de golpeteo que se acercaba, y de pronto, tras un sonido metálico y un golpe fuerte, el orco cayó de rodillas, sangrando por una gran herida en su estómago.

Un caballero, montado en un corcel de piel café, con la crin del color del trigo, yacía entre el orco y el hombre de los lingotes. Su imponente figura vestía una armadura reluciente, que reflejaba la luz del sol, haciéndolo parecer casi un ser bajado del cielo.
-Deben de tener cuidado señores - dijo el caballero - pues estas criaturas no son de confiar. Son viles y no se les debe tener misericordia, como tampoco ellas la tendrán con ustedes.
Los aldeanos lo miraban fijamente y con evidente admiración. Debo confesar que yo estaba emocionado también. Mi amigo lo observaba, como preguntándose cuantas aventuras habría vivido aquel hombre, cuantas batallas, cuanta gloria.
-He venido por orden del rey - continuó el caballero - a guiar a todos aquellos valientes que deseen aprender de las artes del combate y estén dispuestos a pelear por su majestad en la defensa de nuestra ciudad capital, ante la reciente invasión de seres indeseables como el que acabo de ajusticiar. Les mostraré el camino hacia allá, donde aprenderán a lidiar con criaturas como ésta - dijo apuntando sin mirar con su espada, que aun chorreaba sangre, al orco en el suelo.

Esto trajo mi atención a la verde criatura nuevamente, la cual había quedado en el piso tendida de espaldas al campamento, y a nosotros. El hombre de los lingotes ya se había puesto de pié, y algunas personas lo ayudaban a entrar a una de las carpas.
Pero algo no estaba bien. El hacha no se veía por ninguna parte. Justo en el momento en que me percaté de ello, el orco se incorporó de improviso, ý se volteo hacia el caballero, quien aún hablaba distraídamente a los embelesados aldeanos. Tenía el hacha en las manos, y la levantó en el aire para atacar al caballero por la espalda. No alcancé a gritar. Fue demasiado rápido, y el miedo y el asombro me bloquearon. Se escuchó un leve golpe y algo pasó cortando el viento junto a mí. Cuando me di cuenta, vi que una flecha había atravesado la frente del orco, quien quedo unos segundos de pie, inmóvil, con el hacha deslizándose de sus manos, para luego caer hacia atrás, muerto al fin.

Al mirar a mi lado, buscando el origen de la flecha, vi a mi amigo, con sus brazos en el aire, sosteniendo un arco y apuntando hacia donde segundos atrás, la bestia estuvo apunto de matar al caballero.
Algunos curiosos se acercaron a mirar el demacrado cadáver del orco. El resto de la gente aplaudió al minero que salvó al caballero. El minero que pronto sería un caballero.

-Parece que haremos un viajecito a Britain - dijo mi amigo sonriendo.

3 comentarios:

Ignacio Andrés Cobo dijo...

Hola MarK! Gracias por seguirme ^^ Me alegra encontrar a alguien más, medio computin y q escriba épicas como esta entrada! Además encontre genial eso de los mensajes no entregados en MSN!!! Es el destino...lo has dicho :)

Nus leemos...

Ignacio Andrés Cobo dijo...

Pd: Gracias por postear esa entrada casi olvidada jajaja No me habia percatado :)

Tenemos q hablar de música!!! jajaja

MarK dijo...

Gracias por tus comments, sería muy interesante conversar :) , nos vemos!