viernes, 24 de agosto de 2007

Entrada y Salida

El martes en la madrugada desperté con ganas de transportar hacia afuera el contenido del órgano principal de mi sistema digestivo... (es que vomitar es una palabra muy fea). Estuve mal durante todo el día y en la casa me empezaron a administrar las dietas de enfermo, un arroz sin sabor a nada, aguitas de hierbas, caldos de pollo, etc... Afortunadamente al día siguiente ya todo era historia.

De todas maneras eso me provocó faltar a clases, el día en que tenía una prueba (hubo otros síntomas que me motivaron a faltar, pero dejémoslos a la imaginación). Hoy, con intención de escuchar un diagnóstico a mi extraño mal ( y conseguir un certificado), me dirigí saliendo del instituto a un céntrico centro de salud en el centro. Tomé el Metro y me di cuenta muy tarde que en realidad era muy temprano. Sí, porque eran las 12:10 y la hora pedida era a las 13:15, siendo que en el Metro uno no se demora nada. Bueh, no iba a salir, ya estaba dentro.


Me bajé en la estación Moneda, buscando asientos para hacer tiempo; de alguna manera siempre me ha fascinado un poco mirar el ir y venir de la gente del Metro, y éste era el momento perfecto para hacerlo ya que necesitaba matar el tiempo. No había asientos. Con molestia me puse a recorrer el andén y me percaté que había grandes cuadros en los muros de la estación. El cartel rezaba algo como "Esta exposicion está dedicada a todos aquellos pasajeros anónimos que transitan por la estación cada día".

Llegó un tren. Se abren las puertas. Gente sale, y otra gente entra. Se cierran las puertas. Se va el tren.

Uno de los cuadros, el más grande, mostraba una cadena montañosa. No se veía muy bien, tendría que haberme alejado tanto que habría terminado en las vías del tren, electrocutado o atropellado. Así que seguí al siguiente cuadro. "El Valle del Elqui". Bonito, tranquilo; me recordó uno de los parajes que vi cuando estuve con mi hermano en el interior del valle de Huasco (donde dicho sea de paso conocí el significado del término "apunarse").

Llegó otro tren. Sonó una alarma. La gente miraba para todos lados, extrañada pero sin mucho interés. La alarma se cortó, el tren cerro sus puertas y se fue. Todos siguen su camino.

Al frente hay más cuadros. Me digo a mi mismo "me da lata cambiarme de andén para mirarlos. Será para la próxima". En mi andén, otro de los cuadros parecía uno de los tantos parajes que vi en el sur de Chile. Se veía un poco triste, es como que le faltaba color. Deberían ponerle harto color - pensé - a lo que la gente ve todos los días para que no anden tan amargados. En algo debe ayudar. Me percaté que el cuadro decía algo como "No tocar ni acercarse, los cuadros tienen sensor. Su mal uso sera sancionado."

Habiéndo visto todos los cuadros de mi andén, subí hacia la boletería, y me quedé mirando hacia las vías. Llegó un tren, dejo gente, tomó gente, y se fue. Incluso tome el tiempo entre la salida de un tren y la llegada de otro. Uno se demoro 1 minuto y 50 segundos. El otro 1 minuto y 10 segundos. Imaginé que en las terminales deben ser muchos choferes entrando y saliendo de sus cabinas, para que pudieran entrar y salir vagones tan rápido de una estación.

Sonó la misma alarma de antes. Ahora con vista periférica, pude ver que una luz roja se encendía encima de uno de los cuadros cada vez que se oía ese sonido. Pero se activaba sin que nadie estuviera cerca. Y toda la gente miraba a su alrededor como buscando el origen del ruido. Todos excepto el personal de metro. Los de aseo y los guardias, parecían acostumbrados. Debe haber sido tan común para ellos, que ya no tenía importancia. Me pregunté por un momento, si lo mismo pasaría con los cuadros y la gente que los ve todos los días en el muro.

Y recordé que ya estaba a la hora para mi hora. Y me dirigí a la salida de la estación, no sin antes ver un último tren que llegaba, se vaciaba, se llenaba, y se iba.

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